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Aventuros de otoño en Barliloche

Hay rincones turísticos fotografiados millones de veces y tan memorables que resultan familiares incluso para quienes nunca han estado allí. Uno de ellos se despliega en un recodo del lago Nahuel Huapi, en Puerto Pañuelo, a pocos metros del lago Moreno y en la puerta de entrada a la península Llao Llao, en Río Negro. En 1934, hasta ese lugar llegó un grupo de hombres que marcarían el destino del paisaje que observaban. ¿Sus nombres? Exequiel y Alejandro Bustillo, Antonio Lynch, Ernesto Serigós, el Marqués de Salamanca, Carlos Ortiz Basualdo, Francisco Salvatierra y Alberto del Solar Dorrego.


Deslumbrados por el marco natural que aportan las ondulaciones del terreno, los bosques, los lagos, la isla Victoria y los cerros López, Capilla y Millaqueo, entre otros, aquellos pioneros decidieron posicionar en ese punto un enorme hotel internacional que terminaría formando parte de la postal. Más de 80 años después, ese rincón sigue cautivando a locales y extranjeros.

El clásico escenario está en el corazón del Circuito Chico –que este año fue renombrado “Presidente Arturo Frondizi”–, una de las zonas más pintorescas de San Carlos de Bariloche. Un recorrido prácticamente circular por la parte final de la ruta 237 (o Avenida Exequiel Bustillo) y la ruta 77 permite acceder a algunas de las experiencias que ningún viajero debería perderse.

Lago Moreno y península Llao Llao

​Con una superficie de 16 km2, las aguas del lago Moreno son algo más cálidas que las de su vecino, el lago Nahuel Huapi. Formado por dos cuerpos de agua principales –el Moreno Este y Oeste–, el lago se presenta como el escenario perfecto para la aventura. En sus aguas transparentes se puede practicar kayak, stand up paddle y pesca. En días despejados, cualquiera de esas experiencias se potencian con las vistas privilegiadas al monte Tronador (3.478 msnm) y sus glaciares, a 80 kilómetros de allí, y al más cercano e igualmente imponente cerro López.

Los alrededores del lago Moreno Oeste, en tanto, son un verdadero parque de diversiones para los amantes de las caminatas. Justo al norte del lago, el parque municipal Llao Llao, en la península del mismo nombre, resguarda más de 1.200 hectáreas de bosque andino-patagónico. En esa zona hay varios senderos de trekking de baja dificultad, como los que conducen al bosquecillo de arrayanes, al lago Escondido, al Puente Romano, a la Bahía de los Troncos, a Villa Tacul y al cerro Llao Llao, entre otros.

Son caminatas entre coihues, lengas y alerces que incluso se pueden ir hilvanando unas con otras y que permiten acceder a magníficas playas de piedra y miradores. El parque también se caracteriza por sus más de 70 especies de hongos, visibles en otoño y primavera, entre ellos, el llao llao (Cyttaría darwinii), comestible y de cuerpo globoso, que da nombre al lugar.

Varios de los senderos son interpretativos: los viajeros pueden ir conociendo más sobre la fauna, la flora y la conservación del lugar a través de carteles informativos.

Llao Llao Resort, Golf & Spa

Diseñado por Alejandro Bustillo e inaugurado el 9 de enero de 1938, el hotel Llao Llao tuvo días de luces y de sombras, pero desde hace más de 80 años es parte inseparable de la geografía que lo rodea. El edificio se incendió completamente 9 meses después de su inauguración y volvió a funcionar en todo su esplendor entre 1941 y 1978. Reabrió luego en julio de 1993 y en 2007 se le añadió el Ala Moreno, con 43 habitaciones que se suman a las 162 de la estructura original.

Además de su arquitectura, su historia y sus huéspedes ilustres, el hotel se destaca por su gastronomía: dirigidos por el chef Federico Domínguez Fontán, los restaurantes Patagonia (abierto al mediodía y a la noche) y Los Césares (solo cena) sirven platos regionales como fondue de queso, tabla de ahumados, brochettes de cordero, sopa crema de hongos, empanadas de trucha y panzottis de ciervo ahumado, entre otros. Seleccionar un postre de la carta resulta casi imposible por la dificultad de decidirse, con delicias como bavaroise de frutos rojos y coulis de rosa mosqueta, láminas crocantes, curd de limón y salsa de sauco, o coulant de chocolate con crema americana.

Las opciones gastronómicas, abiertas también con reserva a los comensales que no sean huéspedes del hotel, se completan con el Winter Garden, donde se sirven almuerzos y el tradicional “Té Llao Llao”. Entre tortas, tarteletas de frutos rojos, scones, muffins, brioches, brownies y mini sandwiches de salmón ahumado, la experiencia resulta inolvidable. Los enormes ventanales con vistas a los jardines del hotel y al lago Moreno terminan de perfeccionar la escena.

Alojarse en el hotel Llao Llao forma parte de una imaginaria lista de “lo que hay que hacer antes de morir”. Así lo sienten muchos de sus huéspedes, como Dante y Silvina, un matrimonio de Buenos Aires: él conoció el hotel en 1971, durante su viaje de estudios, y se juró volver para hospedarse allí algún día. Más de 45 años después, disfruta con su esposa de un buen vino con vista al lago.

Bahía López y Brazo Tristeza

Otra de las paradas obligadas del Circuito Chico se ubica justo en el inicio del Brazo Tristeza, uno de los siete brazos del lago Nahuel Huapi. Tradicional bajada de embarcaciones, Bahía López está bien custodiada por las altísimas paredes norte del cerro López. Allí anidan decenas de cóndores, por lo que el lugar es ideal para hacer avistajes y maravillarse con los vuelos de estas aves, que llegan a tener 3 metros de envergaduracuando despliegan las alas.

Los entusiastas del mountain bike también encuentran en Bahía López un buen punto de partida para pedalear por el Circuito Chico. Además de increíbles vistas como la que se obtiene desde el Punto Panorámico (en el km 23 de la ruta 77), la travesía permite ir uniendo varios arroyos, como López, Goye y La Virgen. Aquellos con buen estado físico para sobrellevar las subidas y bajadas del camino podrán completar los 25 kilómetros que demanda la vuelta entera.

Otra manera de disfrutar de la zona es a pie: desde Bahía López, un sendero de mediana intensidad se interna por la margen sur del Brazo Tristeza y conduce, tras unos 40 minutos de marcha, hasta un mirador que regala panorámicas de los cerros Capilla, Millaqueo y López.

Ese balcón natural que incluso permite divisar el monte Tronador a la distancia, también ofrece paredes rocosas en las que hacer rappel. El viento le pone algo de condimento a la aventura que resulta corta para los más osados y algo más larga para los temerosos.

Cervecería y restaurante Gilbert

En un viejo establo de 1930, la familia Gilbert instaló el más reciente brewhouse de Bariloche.
Con agua del cerro López, lúpulo de El Bolsón, cebada malteada de Tres Arroyos y levadura, los Gilbert elaboran durante todo el año cervezas rubias, negras y rojas.

Cada paladar sabrá encontrar su birra preferida, pero la Pale Ale y la IPA están entre las destacadas.

Y si queda espacio para unas delicias más, vale la pena recorrer 8 kilómetros hasta el sweet point de VanWynsberghe, la primera chocolatería belga de Bariloche. Además de una línea de tiempo con la evolución del chocolate, los viajeros podrán disfrutar allí, de la mano de la anfitriona, María Eugenia, de una degustación a ciegas. Los mejores granos de cacao del mundo revelan sus sabores e incluso se fusionan con notas bien patagónicas, como rosa mosqueta, lavanda, frambuesa y sauco.

Disfrutar de todas y cada una de estas experiencias ayuda a mezclarse con la geografía del Circuito Chico, con sus bondades naturales y sus historias. Cultura y paisaje parecen encontrar en ese rincón mágico la mejor combinación.