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Villa Gesell, descanso y divesíon a toda hora

Las luces de la avenida 3 titilan a toda hora y encandilan desde lejos. Su poderoso influjo convoca a meterse de lleno en el corazón de Villa Gesell no bien los vehículos desaceleran en la rotonda de la ruta 11 y se disponen a llegar a las playas por la avenida Buenos Aires. Pero las paradas posibles saltan a la vista desde el primer momento y el encuentro cara a cara con la calle principal -y el frente costero, su mejor aliado, que acompaña su traza de 5 kilómetros unos 200 metros más adelante- altera el programa trazado antes de salir a la ruta.

Primero es el típico Totem que se alarga a un costado de la banquina y demanda atención y alguna foto al pasar. Enseguida asoman las fragancias del bosque, los carteles de una pista de salud, el Golf, los restaurantes que empiezan a revelar el perfil gastronómico de la localidad -cada vez más afianzado- y el primer guiño que Villa Gesell depara a sus huéspedes adolescentes y jóvenes: Pueblo Límite, uno de los eslabones del circuito de boliches, que, más cerca del centro, completan Le Brique, Dixit y Km 20 más allá de la medianoche.

La zona de campings surge alrededor de la avenida Circunvalación, donde revive la atmósfera hippie que caracterizaba el balneario todavía en ciernes en los años 60. Ese tramo de la historia de Villa Gesell conserva un mojón insoslayable en el frente del hotel Arco Iris, en Paseo 107 y 2: un cartel recuerda que allí funcionaba Juan Sebastián Bar, el mítico lugar de inspiración que encontró Moris en los veranos de 1965 y 1966 para crear los temas “Rebelde”, “Soldado” y “No finjas más” y presentarse ante el público junto a Los Beatniks.

Desde los tiempos de esos pioneros del rock vernáculo, las expresiones artísticas y el rescate del pasado -a partir de la gesta fundacional de Carlos Gesell en la década del 30- son piezas infaltables en Villa Gesell, una marca de distinción que se puede apreciar en las nutridas carteleras del Polo Cultural, el Centro Cultural Pipach, el Centro Municipal de Artes Visuales, el espacio artístico Teatro Acción, el escenario a cielo abierto de la plaza Primera Junta (en av. 3 y Paseo 104), el Museo Municipal Casa de Gesell, el Museo de Veteranos de la Guerra de Malvinas, la Casa de la Cultura y el ciclo Encuentros Corales de Verano, que se organiza todos los años en el Anfiteatro del Pinar.

El recorrido ecológico e histórico que sugiere la Reserva Forestal y Cultural Pinar del Norte empalma con las espectaculares panorámicas de mar, sol y arena ancha que brinda la calle costera, transformada en una pasarela peatonal de madera.

Antes de entregarse mansamente a las bondades del corredor de playas conviene dedicar un buen rato a admirar la obra que dejó el legendario Don Carlos una vez que logró afirmar las dunas vivas con matas de esparto para transformar el paisaje desolado. Ocho décadas después de esa epopeya, la abrumadora simbiosis vegetal que enmarca las dos casas del fundador otorga un reparo de aire puro y melodías tenues, donde los sonidos estridentes de la avenida 3 (a una cuadra) se reducen a un lejano rumor y apenas se alzan los trinos de más de treinta especies de pájaros, los chillidos despedidos por las cotorras desde los eucaliptos y el permanente ruguido del mar.

Villa Gesell retoma esa reparadora atmósfera bucólica entre los médanos del sur, apenas alterados por las elegantes edificaciones de Mar de las Pampas, Las Gaviotas y Mar Azul. En el medio, la localidad cabecera pone a disposición de los visitantes su interminable batería de servicios, un amplio surtido de opciones para todos los gustos y bolsillos: hoteles, cabañas, parrillas, restaurantes gourmet, bares, casas de té, ferias artesanales, ventas a precios de liquidación, tiendas de marcas renombradas, un circuito de cervecerías, centros de salud, estaciones de servicio y oficinas de información turística.

Unos 30 km al sur del último confín urbanizado, Villa Gesell desaparece del horizonte y se impone un escenario virgen de mar y arena. La naturaleza marca los pasos y altera el paisaje lunar de 5.800 ha de la Reserva Natural Municipal Faro Querandí. Por un lado, el viento sacude las crestas de las dunas vivas y erosiona los montículos en forma de rodajas. A su turno, el mar arroja largas lengüetas, que primero acarician la orilla y enseguida se apoderan de la playa ancha, cuya monótona planicie sólo es salpicada por bandadas de ostreros, que aterrizan para dejar sus huevos.

Desdibujado por un manto de bruma y cielo oscurecido por nubes grises, el faro se distingue desde el techo de un médano. Para apreciarlo en su real dimensión (la torre de 54 metros, construida en 1922 sobre una duna de 12 metros de altura irradia una luz que ilumina hasta 33 metros a la redonda) es necesario sortear otras colinas de arena, esquivar teros, macáes, garzas y cuervillos que confraternizan en las lagunas y dejar atrás a un puñado de pescadores optimistas, alineados en la costa a la espera de corvinas, bagres y tiburones. Dos adolescentes reptan con sus tablas sobre una duna a punto de ser barrida por el viento y desplazarse, mientras el camión todoterreno calienta motores, dispuesto a emprender la aventura del regreso a Villa Gesell.

Fuente Clarin