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Isla El Descanso: arte, cocina y anfitriones de lujo en un oasis del Delta

Un gran parque con un paisajismo único repleto de obras de arte de artistas consagrados, un restaurante a cargo de un chef reconocido y una encantadora pareja de anfitriones, todo en pleno Delta del Paraná pero a menos de una hora de la ciudad, son ingredientes más que suficientes para no dejar de visitar Isla El Descanso.

Cuando Claudio Stamato y Felipe Durán se mudaron durante el confinamiento a la isla de la que eran dueños y comenzaron a vivir el paso de las cuatro estaciones desde su refugio ribereño, sintieron fuerte esa necesidad de naturaleza y lo que es mejor, una compulsión por compartirla. “Al principio yo estaba tan fóbico con el virus que ni siquiera salía a caminar por el parque, pero poco a poco me fui soltando y así fue que empezamos a vivir plenamente la isla en sus diversas estaciones”, cuenta Claudio acerca del parque en el que además exhibe parte de su colección de obras de arte. “Pudimos ver el comportamiento del parque diariamente a lo largo del año, en soledad y siempre pensábamos que era una pena no poder compartirlo con la gente, con los amigos, con la familia”, agrega.

Claudio dice que la pandemia y el confinamiento les cambió la cabeza: nació entonces la idea de abrir un restaurante para poder compartir el parque con los visitantes, y convocaron al chef Daniel Hansen para que los ayudara a bajar a la realidad esta idea. El chef ejecutivo desde diciembre pasado del restaurante de El Descanso tiene más de dos décadas de experiencia entre Nueva York y espacios propios como La Pecora Nera y su versión Grill, y creó para la isla una carta sencilla basada en insumos de buena calidad.

El verdadero protagonista de este lugar de cerca de 40 hectáreas que solían pertenecer a la familia Albarracín –la parte materna de Domingo Faustino Sarmiento− es el fantástico jardín que Claudio empezó a crear hace más de 25 años, y al que luego se sumó Felipe, de origen colombiano. Para el diseño de cada espacio contaron con la colaboración de destacados botánicos y paisajistas que los asesoraron en los detalles técnicos según la especie.

Lo que hoy se ve es la sumatoria de varias parcelas –con mucho de humedal también− que Claudio fue comprando a lo largo de ya casi tres décadas y cuyo criterio rector siempre fue conservar el carácter de lo existente en cada parcela y darle un sentido unificador a través de los puentes que las unen y que evocan valores que se conectan.

En este espacio natural rodeado de arte, confluyen experiencias botánicas, artísticas y espirituales expuestas a través de un recorrido introspectivo. “La idea es que al atravesar los puentes del amor, la aceptación, la amistad y de la buena esperanza uno vaya haciendo su camino de reflexión”, explica Felipe al recorrer los puentes y paisajes que conforman el jardín, que se inspiraron inicialmente en el jardín francés de Claude Monet en Giverny.

Con el paso de un año casi completo y el disfrute minucioso de su entorno, Claudio y Felipe descubrieron que la isla tiene interés todo el año. Es más, cada semana hay un atractivo nuevo, alguna especie que sorprende. Al final del invierno se destaca la floración de los cerezos, de los Malus, de los Pirus, de las azaleas antiguas de la isla con su característico color rosa. En septiembre las glicinas en flor inundan el parque con su color celeste y su inconfundible aroma. En octubre y noviembre se despliegan las rosas. Un poquito más tarde los hemerocallys, los lirios, los distintos tipos de jazmines, o las texturas de los helechos, y hacia finales de noviembre y principio de diciembre las hortensias convierten el parque en una fiesta.

Para ellos todas las estaciones tienen su encanto, hasta el invierno “con los soles tibios, los hogares encendidos, los colores de las ramas, las flores de invierno como las camelias, los narcisos, las cydonias japónicas, las flores de los cerezos y los aromos, entre otros”. Felipe, como buen caribeño, disfruta más del verano y bañarse en el río. En cuanto a plantas, ama el otoño por la variedad de cambio de colores en los árboles que en Colombia no suceden. Claudio no tiene una estación preferida, ama el Delta en todas las épocas, aunque reconoce que “los días de primavera y verano, por las mañanas, cuando el río está planchado, es un placer navegarlo”.

Los espacios incorporan obras de algunos de los mejores artistas plásticos contemporáneos argentinos, como Bastón Díaz, de quien se encuentran esculturas monumentales, Carlos Gallardo, tres obras magníficas de Pablo Reinoso, José Fioravanti, Pablo Curatella Manes y Marie Orensanz entre otros. En los salones hay obras de Julio Le Parc, Alicia Penalba, Edgardo Madanes, Jorge Gamarra y Carla Bronzini. Como el parque está conceptualizado, es inmenso y hay tanta botánica y arte por absorber, el recorrido de una hora y pico se realiza con guía; es la condición que ponen los dueños a los visitantes.

Apasionado del arte, Claudio –abogado, empresario que fundó MacStation , y que se define además como actual coleccionista de árboles y plantas− asegura haber tenido la suerte de conocer de joven a uno de los grandes coleccionistas del país, Carlos Pedro Blaquier, con quien comenzó a trabajar antes de recibirse de abogado. Con él y con su esposa, Nelly Arrieta, fue conociendo el mundo del coleccionismo y accedió al universo de los artistas plásticos. De a poco aprendió y despertó su propio gusto, que fue cambiando con el correr de los años: aunque la primera obra que compró fue un paisaje serrano de Butler, más tarde lo atrajo el mundo de la abstracción.

“En la década del 90, un marchand amigo, Daniel Maman, me presentó al artista Bastón Díaz: cuando visité su atelier y escuché el discurso filosófico de su obra Serie de la Ribera −que representa anclas, proas, velas, restos de barcos en los que, él dice vinieron nuestros abuelos y que están esperando la vuelta−, me enamoré de su obra porque mis cuatro abuelos eran italianos con lo cual viví de cerca el tema de la inmigración”, explica. Sus obras apelan a la nostalgia del hogar.

Años más tarde conoció a Carlos Gallardo, de quien se hizo amigo y empezó a interesarse por sus trabajos. Lo impactó una instalación de un conjunto de atriles para interior y consiguió que el artista le hiciera la versión para exterior que emplazó al borde del lago. De este artista también se encuentra una escultura que es una mezcla de barco y alas de aves puesto sobre un mar de gramíneas que genera un efecto de nubosidad rosa y que complementa la obra. En otra oportunidad, en una vernisagge en el Malba se topó con uno de los bancos spaghetti realizados en madera de Pablo Reinoso, cuya exuberancia asoció inmediatamente con la vegetación del Delta. También se hizo amigo del artista. “Y así fue sucesivamente con los distintos artistas que tienen obra en la Isla, con todos ellos desarrollamos junto con Felipe, mi pareja, una relación muy estrecha”, asegura Claudio.

Aunque entre sus visitantes destacados figuran personalidades como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, Madonna, la banda de Rock U2, Alejandro Sanz o Will Smith, siempre organizaron eventos corporativos, casamientos, viajes de incentivo y grupos interesados en horticultura, entre otros. Hoy siguen apuntando al turismo corporativo y con esta nueva propuesta, buscan atraer a su isla a un público selecto que elige pasar un día aislados del ruido de la ciudad, comer bien, deleitarse con unos jardines únicos y volver a casa con energías repuestas.

El paquete de mediodía incluye salida y regreso a la estación fluvial con la embarcación de Sturla, menú a la carta de tres pasos con opciones y vinos de la colección Rutini, y una caminata guiada por los jardines de la isla. $5.650 de miércoles a viernes, $6.650 sábados, domingos y feriados. Caminata guiada sin comida, con traslado y snack, $1.650. La isla no cuenta con amarras para embarcaciones privadas. Sólo con reserva previa.

Fuente La Nacion: Constanza Gechter